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Areli Monter es abogada de profesión pero su verdadera vocación está en ayudar a los perros y su cariño por ellos la llevó a formar Oceanican, un refugio donde estos animales tienen agua y comida gracias a su labor desinteresada, pero también por ayuda de otras personas.

“Yo comencé desde hace más de 10 años rescatando perritos, pero pues era uno por uno”, comenta al recordar los inicios de lo que al principio era una misión de sacar a unos cuantos animales de situación de calle.

Su vida cambió cuando rescató una perra embarazada y en la búsqueda de otra hembra para lactar a los nuevos cachorros todo se multiplicó por 16 nuevos seres vivos. En ese momento sus manos se vieron superadas y recurrió a las redes sociales para pedir ayuda. La respuesta la sorprendió y fueron los inicios de un proyecto mayor.

“Con esa perrita fue la primera vez que tuve que pedir ayuda en redes. Pedí dos semanas de vacaciones y las invertí en ellos y yo solventaba los gastos. Era difícil, porque cada tres horas tenía que hacer biberones para ellos, pero cuando acababa con todos ya había uno más que tenía hambre y era volver a empezar”.

“Pedí ayuda para alimentar a los cachorros y tuve una buena respuesta. La gente se acercó a mi casa y les dejaba entrar y se quedaban para alimentar a los bebés mientras yo me iba a trabajar. Me di cuenta de que las redes sociales sirven para que los corazones que tienen intención de ayudar lo hagan”.

Aunque Oceanican se ha movido de lugares, siempre con la intención de ofrecer el mejor espacio posible a los refugiados, la gente ha seguido el proyecto y lo ha apoyado. Pero la pandemia por COVID19, sumado a una situación personal, modificó la dinámica para Areli y su madre, quien también aporta trabajo y dinero para sostener el lugar.

“Hasta antes de la pandemia salíamos adelante por una parte de lo que aportaba yo, con la ayuda de mi mamá, ayuda de los familiares, amigos y voluntarios que se interesan en ayudar”.

Areli recuerda con lágrimas los primeros meses donde la dinámica del mundo cambió por el nuevo coronavirus, no solo porque la situación económica dificultaba mantener a los “peludos” a su cuidado, sino por toda la situación emocional que vivió en ese mismo instante.

“Cuando empezó la pandemia cerraron los juzgados. Yo dejé de trabajar y se me juntó con una cuestión personal y complicada. Siguiendo las instrucciones de las indicaciones para la emergencia sanitaria cerré las puertas del refugio y eso significó que ya no vinieran voluntarios que hacen una labor muy importante”.

“También perdimos las donaciones, luego las adopciones también se complicaron. No podíamos recibir a la gente como normalmente viene y todo tenía que ser online. Fuimos encontrando la forma”.

“Me preguntaba ‘¿qué voy a hacer con tantas vidas que están a mi cargo y no tengo ni como darles de comer?’ Sin ingresos tuve que despedir a colaboradores pagados, me quedé solo con dos y era más trabajo”.

Para los refugios de perros como Oceanican la situación ha ido lenta a pesar del cambio del semáforo epidemiológico, pero la suma de voluntades y de veterinarios que han postergado el pago de sus facturas le han permitido salir adelante.

“Hemos salido con la ayuda de la gente que quiere sumarse, pero también de los veterinarios a los que les debo dinero y se vieron pacientes. Apenas les estoy empezando a pagar las deudas. Muchos otros nos echaron la mano fiándonos, pero también hubo quienes nos prestaron para solventar el refugio, porque este lugar es rentado”.

El COVID y el mayor número de abandonos

La pandemia por el nuevo coronavirus no solo redujo el ingreso de donaciones a los refugios de perros, también dificultó las labores de colocar nuevas mascotas en hogares para darles una segunda oportunidad en la vida.

“La hemos pasado muy mal, creo que fuimos del sector más golpeado. Por todos lados se nos cerraron las puertas. Con la pandemia por semáforo rojo nos cancelaron los permisos para hacer las jornadas de adopción dominicales y llevamos año y medio sin jornadas de adopción”, señaló Jaky Baca, directora y fundadora del refugio Peludos Desamparados que actualmente da hogar a 98 perros, además de ayudar a otros más que están en clínicas veterinarias recibiendo tratamientos.

Antes de que las actividades comenzaran a detenerse en marzo del año pasado ellos dicen colocaban hasta 500 perros al año en nuevos hogares, pero desde el cierre de actividades en abril de 2020 “no tuvimos adopciones y los donativos bajaron catastróficamente. Estábamos en una crisis total. Estuvimos a punto de que el casero nos pidiera el lugar porque nos retrasamos con las rentas”.

Sumado a ello, Baca notó un factor importante: el abandono de perros creció desde el inicio de la nueva normalidad.

“El abandono aumentó. Los dejaban en las calles, en los albergues, amarrados en los parques. Nosotros nos dimos cuenta de esto porque además nos llegan un mayor número de mensajes en redes sociales en comparación con meses previos. Lo que nos dicen es que ‘tengo a mi cachorro y ya no puedo mantenerlo’, ‘me quedé sin trabajo’ o ‘tengo gastos médicos”.

El mismo fenómeno se notó en Oceanican, pero con otra variante agregada, los perros de personas que fallecieron a causa del COVID.

“Yo tenía 200 espacios, era un número planteado para no verme saturada, pero actualmente ya somos 280 y estamos sobresaturados”.

“Me empezaron a llegar perritos de gente que murió por COVID y no tenían quien se hiciera cargo de ellos, porque los familiares decían que ya no podían”.

Aunque estos refugios buscan salvar la mayor cantidad de vidas, Baca indica que no siempre es posible ayudar a todos porque existen límites: “No podemos llegar a la sobresaturación porque entonces ya tampoco es algo bueno para los animalitos. Es importante establecer un límite para ayudarlos”.

El costo de ayudar a un animal abandonado

Cinthya Mora pertenece al grupo de Facebook Viejos Pastor Inglés de México, una trinchera desde donde ayuda a perros en situación de calle, pero no en gran cantidad, sino en esfuerzos individuales.

Su deseo por cambiar la vida de los cuadrúpedos comenzó cuando en una ocasión vio a un pitbull herido con un machetazo en el lomo “y una herida impresionante”. Su corazón la hizo levantarlo de la calle y llevarlo al veterinario solo para enterarse de que el final de la vida del animal estaba por llegar.

“Cuando lo rescaté no sabía que hacer con el perro, solo sabía que tenía que llevarlo al veterinario. Resulta que estaba muy mal y la eutanasia era la única opción para ella. Ayudar al animalito en sus últimos minutos disparó todo, hizo que surgiera una chispa en mí”.

Mora ayuda a un animal cuando encuentra la oportunidad y para eso ella misma invierte de su dinero para dar lo que podrían considerase los primeros auxilios.

“De entrada, los primeros gastos son muy fuertes, porque hay que llevarlo a una revisión veterinaria, darle un baño con un tratamiento desparasitante, externo e interno. El promedio del gasto inicial podría ser de 800 a mil pesos”.

Los gastos aumentan conforme la cantidad de perros. Por ejemplo, en un albergue de 280 perros al día pueden consumirse 200 kilos en promedio, lo que significan hasta seis toneladas al mes. A este gasto se le deben sumar los servicios como agua, luz, la renta del predio como sucede con Peludos Desamparados y Oceanican, o incluso gastos extra.

“En donde estamos no hay sistema de agua, aquí la única manera de tener agua potable es con pipa y cada una cuesta mil pesos. Nosotros ocupamos unas siete al mes”, señala Areli Monter.

Recibir donaciones grandes no es tan sencillo para estos refugios, porque aunque algunas se encuentran registradas ante el Servicio de Administración Tributaria no cuentan con la figura de donatario autorizado, las cual les permite recibir ayudas de empresas y ofrecer un recibo deducible de impuestos. Sin esto, las ayudas se vuelven casi nulas.

“Nosotros nos hemos acercado a las empresas de alimento de perros y gatos para que nos den sus mermas, pero su respuesta ha sido nula. Necesitamos ser donatarios para que seamos atractivos para las empresas. Existen quieren dan la ayuda, pero necesito darles el deducible”, señala Baca.

Los voluntarios, una figura clave

Michelle Maqueda comenzó a salvar gatos en su camino a la escuela y alrededor de su casa, en algunos casos ayudando a su adopción, pero en los que no era posible cumpliendo con el proceso de esterilización para reducir la población en las calles.

Sus esfuerzos fueron vistos por el grupo Adopta un amigo, rescatistas independientes quienes buscan hogares temporales en lo que una casa definitiva llega para los animales.

Maqueda era una voluntaria con ellos y reconoce que la labor de ayudar a perros y gatos requiere de un gran esfuerzo y tiempo que no siempre son vistos.

“Dejaba toda mi vida de lado por Adopta un amigo. Dedicaba todo el día y dormía hasta como las dos de la mañana. Mientras trabajaba me ponía a checar formularios de posibles adoptantes, contestaba mensajes. No tenía una hora libre, más que las de sueño. Incluso en la madrugada checaba cuestionarios para ver quién era la opción más viable para las adopciones”.

“Terminaba muy cansada y muy estresada. Inicialmente tenía mucha paciencia para explicarle a las personas, pero a veces el desgaste era más emocional. A veces te daban animalitos que estaban enfermos. Terminaba muy estresada y muchas veces enojada y triste con la situación porque hay veces que no se logra la situación ideal para el animalito”.

Michelle Maqueda dio un paso a un lado de Adopta un amigo para dedicarse a sus estudios, y aunque el tiempo invertido era mucho señala que todo valía la pena cuando la meta se lograba: hacer que alguien adoptara a un nuevo integrante en su familia.

“Era algo muy gratificante el saber y ver que de esos animales que colocábamos ya no crecería la cadena de abandono. Pero también era muy triste y desgastante saber que no íbamos a poder ayudar a todos los animales, porque estaba fuera de nuestras manos, de nuestros recursos”, apuntó la estudiante que hoy en día sigue salvando gatos de forma independiente, pero también ayudando al grupo de forma esporádica.

Durante su experiencia al analizar cuestionarios de posibles adoptantes notó un patrón: “Normalmente a los perros adultos nadie los quiere, pero por ejemplo, cuando son cachorros blancos o talla chica todos se pelean y en esos casos llegamos a tener hasta 20 cuestionarios al día”.

Cinthya Mora, dedicada al grupo de viejos pastores ingleses, también nota una diferencia cuando se pone en adopción un perro de raza en comparación con un criollo.

“Creo que colocar cualquiera de los dos es igual de difícil. La diferencia es la cantidad de interesados cuando públicas (el anuncio). Al final de cuentas es lo mismo porque de un perro de raza te pueden escribir 100 diciendo ‘yo lo quiero’, pero solo uno o dos completan el protocolo. Con un criollo a lo mejor te preguntan tres, pero realmente son ellos la cantidad que completan el proceso. Esa es la principal diferencia que veo”.

Aunque la situación de adopción aún no es perfecta para generar un gran impacto, las protectoras de los considerados el mejor amigo del humano creen que hay cambios notables.

“Yo digo que ahora estamos ante una situación favorable que es la cultura de adoptar. Antes, hace 10 años era más complejo estar convenciendo a las personas de que adoptar es un acto de amor, pero eso ha ido cambiando”, es el pensamiento que prevalece en Areli Monter.

 

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