La periodista Wendy Selene Pérez nos comparte una brutal crónica sobre ‘La Luz del Mundo’ y la adoración por sus líderes.
La periodista Wendy Selene Pérez, fue reportera del diario Mural en Guadalajara,
donde cubrió asociaciones religiosas en 2004, entre ellas La Luz del Mundo,
una iglesia que se ve envuelta en el escándalo tras las acusaciones de su actual líder,
Naasón García por presunta producción pornografía infantil, abuso de menores y explotación sexual.
Wendy comparte sus recuerdos del finado líder Samuel Joaquín Flores,
padre de Naasón e hijo del fundador de la iglesia.
Samuel también fue denunciado por presuntos delitos sexuales,
pero murió sin ser enjuiciado.
En el año 2004 comencé a reportear para la sección local de Mural, un diario del Grupo Reforma en Guadalajara, antes había sido editora. No existía la fuente de derechos humanos en ese año en el periódico y le pedí a mi editor hacer cobertura de esos temas. Y me dijo que sí, pero con la condición de que también cubriera asociaciones religiosas.
Entre muchas otras cosas esto significaba cubrir la religión católica, ir a las misas que oficiaba el cardenal Juan Sandoval, y hacer reportajes sobre evangélicos, pentecostales, mormones, judíos o budistas.
En Guadalajara, La Luz del Mundo es la segunda fuerza religiosa después de la católica, en miembros y en poder político.
En ese año todavía estaba al frente de la iglesia Samuel Joaquín Flores, el padre de Naasón, quien asumió el cargo automáticamente en 2014, cuando Samuel murió.
Samuel García Flores, hijo de Eusebio Joaquín, fue el segundo líder de La Luz del Mundo, fue señalado por abusos en septiembre de 1997 hasta el 2000. Fue investigado por nueve denuncias por violaciones y abusos sexuales a menores, pero las autoridades dieron «carpetazo». (Foto: Facebook)
La sede de su iglesia está en Guadalajara, dentro de una colonia de casas bajas pintadas en tonos claros llamada la Hermosa Provincia, con calles bien alineadas que desembocan en una glorieta central. Ahí está la residencia del jerarca, la Casa Grande, y el templo de principal, una construcción altísima con faldones que suben en espiral, que tiene en la punta “la vara de Aarón” y por las noches emite luces de neón.
Cada año celebran una reunión anual que llaman la Santa Convocación. Llegan feligreses de otros estados y de otros países y asisten políticos en turno, de todos los partidos, sobre todo priistas. Son funcionarios de Jalisco, federales o de otras entidades. En su templo caben diez mil personas sentadas, pero la gente que se congrega en esa celebración llena unas trece cuadras a la redonda, algunos sentados y el resto de pie.
Cuando había que cubrir sus ceremonias o había algún evento, ellos ponían a cada reportera o reportero un guía, que en realidad era un guarura. Querían cuidar que no nos saliéramos de la zona del templo y no metiéramos la nariz a la infinidad de los feligreses, que no rondáramos solos por la colonia, donde habitan miembros de su asociación. Ahí tienen sus escuelas y sus comercios. Todo gira en torno al templo.
Su organización es muy miliciana. Cuentan con un equipo de seguridad, hombres que portan trajes oscuros, sobrios, parsimoniosos, amables pero que nunca deja de vigilar.
Imploran, gimen, braman por el líder de La Luz
A las celebraciones de la Luz del Mundo, que no les llaman misas, sus feligreses van con su mejor ropa, recién bañados, recuerdo los olores a shampoo y jabón entre la muchedumbre. Algunas personas con ropa y zapatos desgastados, pero bien limpios y lustrados. A los niños los sientan en un lado, a las mujeres en otro y a los hombres en otro sitio más. Las mujeres van con faldas largas, las que usan todo el tiempo, y deben llevar una mantilla en el pelo.
Estuve en dos celebraciones consecutivas y ha sido una de las experiencias más extrañas como reportera. Cada agosto, cuando se realiza la Santa Convocación, la asociación destina un lugar especial para los medios, con una acreditación previa qué hay que portar muy visible para que no te detengan en cada esquina.
Desde ese lugar se podía ver muy cerca a Samuel Joaquín Flores, caminando sobre una alfombra roja elevada a 25 metros, desde donde hablaba a sus seguidores. Nunca he visto algo similar: diez mil personas emitiendo un sonido angustiante, como de turbas de abejas envolviéndote entre gritos y sollozos.
La gente se tira al piso, los hombres lloran como niños mientras contraen el cuerpo. Imploran, gimen, braman. Recuerdo que en una crónica de esos días escribía como gritaban palabras confusas mientras la quijada le temblaba a una persona y le empezaba a escurrir saliva. Una feligresa a la que le pregunté me decía: “Está hablando en lenguas espirituales”. Si Samuel Joaquín Flores levantaba las manos al caminar, se llevaba las manos al pecho o repartía bendiciones, el sonido aturdía más. La gente enloquecía. Vi a un hombre de traje oscuro que llevaba un ramo de flores blancas a su líder. “No es nada malo, ¿verdad?», dijo molesto aquella vez. Para ellos es Dios.
Deja una respuesta